lunes, 6 de octubre de 2008

Muñeco de trapo

Esto era un muñeco de trapo que, afligido constantemente, no vivía, sobrevivía, con miedo al porvenir, al día que nacería tras cada noche. Un muñeco, porque sin vida no se es más que un simple muñeco, con experiencias, momentos vividos pero nada mas que un muñeco.
No digo que aquel muñeco no sintiera, más bien al contrario, aquel muñeco sentía más de lo normal, más que las personas de a su alrededor. Hablo de sus experiencias porque, a pesar de ser muñeco, por supuesto que sentía con lo que ocurría a su alrededor, y precisamente eso le convirtió en muñeco, ya que nunca se nace con miedo, sino con coraje y desafío, con ganas de encarar todo lo que se desconoce, con ganas de dominar todo lo que no se entiende.
Este muñeco de trapo no quería salir a la calle por miedo a toparse de frente con alguien, a tener que observar gestos que, para el, eran totalmente desconocidos y parecían desafiantes.
Necesitaba vivir bajo una burbuja, una burbuja desde la que pudiera observar el mundo sin ser observado, estar en el mundo sin interferir en el, percibir sin ser percibido.
Aquella burbuja metafórica se convirtió en una maravillosa máscara, que le permitía al muñeco de trapo salir al mundo, sino relacionarse con el, interaccionar con cada diminuta mota de luz en la oscuridad de los campos.
Esta máscara lo presentaba como algo distinto a el, y pronto acabó por estar rodeado de un grupo de personas que lo admiraban y querían por lo que el demostraba ser con la máscara, algo que no hacía más que hundir más y más al pobre muñeco de trapo que no entendía nada de lo que pasaba, que no servía para ser muñeco de nadie, sino suyo y nada más, ya que en sus espejos no necesitaba de máscara para demostrarse lo que era en verdad.
Un día el muñeco de trapo juntó todas las fuerzas que tenía y se dijo a sí mismo que aquella noche le enseñaría a su grupo de amigos cuál era su cara de verdad, se armó de valor y pensó en que quizás podría explicarles el por qué de aquella máscara el por qué de aquella tristeza que le invadía constantemente, y cuando intentó realizar la heroica tarea, vio que era incapaz.
Afligido por aquello se dispuso a alejarse del grupo, porque él quería vivir, pero quería vivir siendo él, no ser un imitador de lo que querría ser, así que aquel muñeco volvió a su soledad, volvió a su tristeza y a su mal humor, nada era capaz de aguantar a su alrededor más del tiempo suficiente para que éste pudiera decirles una sola palabra.
Al final aquel pobre muñeco de trapo se acostumbró a su mal humor, a su soledad, y lo más importante y peor, a no querer nada de nadie, a no querer saber, se acostumbró a sí mismo.
Un día una muchacha del grupo del que se alejó se dejó caer por la casa de aquel muñeco y mantuvo una larga conversación con él, algo que le recordó el buen sabor del contacto con el mundo, el buen sabor de conocer cada rincón de un mundo, o en este caso cada rincón de los pensamientos de una persona, y se dijo para sí mismo que no dejaría que aquella muchacha
no se enterara de quién era de verdad, de quién los engañó y de por qué.
Así que un día el muñeco de trapo armado de toda su voluntad habló durante horas con la muchacha, que en cuya perplejidad solo podía fruncir el ceño o asentir con cada parte de la historia que el muñeco de trapo le interpretaba en vivo.
El muñeco se convirtió en un actor durante unas horas, actor de sí mismo, algo que le supo a gloria, que le dejó un sabor aún mayor que el que le dejaba sus anteriores relaciones con aquel grupo, por unas horas el muñeco no fue muñeco, el muñeco fue persona y con cada vez que aumentaba sus rasgos personales, aquella chiquilla le atendía con mayor placer e
interés.
Terminada la historia, la chiquilla que mantenía aún su boca entreabierta le odió, le odió con todas sus fuerzas por no haber sido él y solo él, por no haber sido aquella persona que sufría, aquella que aprendía y que era capaz de explorar con total descaro.
El muñeco, tras años de estar consumido por aquella tristeza, había envejecido hasta convertirse en una persona con claros tintes seniles en el pelo, aunque en lo más profundo de su mirada desprendía la fuerza, la brillantez que solo se desprende en edades mucho más tempranas, cuando no hay miedo al mundo cuando solo hay ganas de cambiarlo a su propio antojo.
La muchacha abandonó la casa de aquel viejo, por una parte odiándole y por otra parte con el corazón mucho más liviano, sabiendo que eligió el buen camino, y sobre todo con ganas de disfrutar el mundo, de oler, saborear, escuchar el viento golpeando las hojas, de observar un buen atardecer, de amar como nunca, puesto que más tarde en ceniza nos convertiremos.
Y bien, ahora este anciano que te contó esta historia necesita descansar, y lo único que espero es que esta historia te sirva para lo mismo que le sirvió a aquella chiquilla de la que antes te hable.

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